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Una de las “bestias negras” más temidas por los atletas es el calor: sensación súbita de flaqueza, bajones de energía y pérdidas de concentración son los síntomas más frecuentes de que algo no está funcionando correctamente. Combatir o, mejor aún, prevenir todo esto, es posible: nos lo explica el Dr. Ceccarelli, fundador de Formula Medicine y un referente médico para el automovilismo y muchos de sus campeones.
¡Pues claro! El organismo humano posee una gran capacidad de adaptación: si activamos el aclimatamiento llevando a cabo sesiones de entrenamiento en las horas más calurosas, empezando con esfuerzos reducidos y aumentando poco a poco las cargas de ejercicio, nuestro físico, paralelamente, intentará mantener invariadas sus prestaciones, mejorando así nuestra capacidad de “enfriamiento”.
Para simplificar, podemos hacer una comparación con un coche de carreras: durante la actividad física consumimos energía para generar un movimiento, pero parte de esta energía se disipa en forma de calor, haciendo que nuestro organismo se vaya sobrecalentando lentamente por dentro, como ocurre con el motor de un automóvil. Pero, al igual que el motor, nosotros también tenemos un umbral crítico de temperatura que determina la aparición de “roturas” cuando lo superamos, sobre todo a nivel de sistema nervioso, nuestra centralita electrónica, que es la primera en dar señales de mal funcionamiento.
El límite se ha calculado entre 39,5° y 40°. Pero en nuestra larga experiencia en la pista, hemos asistido a muchos casos en los que este umbral se ha superado con creces. Me acuerdo de un caso extremo que ocurrió en una carrera del campeonato mundial de GT FIA, donde la temperatura, en el interior de los habitáculos cerrados, puede llegar incluso hasta unos 70°- 80° C: un piloto empezó a dar señales de graves trastornos en la vista y dificultad para concentrarse, lo cual le llevó, en primer lugar, a perder también 3 segundos por vuelta y, más tarde, a tener que pararse en los boxes, donde se derrumbó al suelo, colapsado. Le tomamos la temperatura en aquel momento y ¡era de 40,8°! Tened en cuenta que 42 grados es algo incompatible con la vida.
Mientras que un coche de carreras tiene un circuito de refrigeración por agua, el humano tiene un sistema que va... por sangre. Ésta, sobrecalentada y procedente del interior del cuerpo, sube a la superficie y discurre bajo la piel, enfriándose. Nuestra piel, de hecho, es la parte más fresca del organismo, ya que, gracias a un mecanismo físico, se enfría mediante el proceso de evaporación del sudor. Por medio de este “radiador natural”, la sangre cede calor y vuelve al interior del cuerpo para bajar su temperatura, intentando mantenerla todo lo posible alrededor de 37°. Llegados a este punto, queda claro por qué tenemos que beber tanta agua cuando hace calor.