Mi padre tenía un amigo cuyo hijo corría, me prestó el kart y empecé. Luego compramos un Top Kart Comer 50 cc e hice las primeras carreras, siguiendo después con la 60 Mini. Lo hacíamos todo en casa, con papá como mecánico. El miércoles, día fijo: se desmontaba todo, se limpiaba y se preparaba el material para el fin de semana. Fue así que empecé a interesarme también por los aspectos técnicos del kart. En 2006, ya en la 100 junior, tenía un mecánico que se ocupaba de mí, pero aún no pensaba en las clases internacionales. Corría con mi hermana la mayor, ¡que iba como un rayo! En una carrera del Campeonato Regional Triveneto que corrimos juntos ganó ella. Yo llegué segundo.
Fue un año más duro, con algún que otro problema más a nivel de chasis. Fue a finales de 2008 cuando me dije: quiero probar con el KZ. Salí a correr un par de veces, hice una carrera en Jesolo y la Bridgestone Cup, y enseguida pensé: ¡esto es genial!; aunque al principio usar las marchas era un follón. Nadie me había explicado nada. De hecho, en la primera carrera, en la final, tuve un buen accidente: me equivoqué con las distancias, le di al de delante y acabamos por retirarnos ambos.