En junio de 2015 moría Antonio Bosio, el fundador de Tony Kart. Pero los locales del taller de Prevalle, sede de la empresa originaria, siguen ahí. Espléndidos e inmóviles, como en los días en que dio comienzo la historia.
“Tony Kart”, para quien tiene treinta años o algo más, es una marca; un brand, como dirían los del marketing. En realidad, “Tony Kart” en principio es simplemente un mote, el de Antonio Bosio, un señor genial de la pequeña localidad de Prevalle. Es ahí que el nombre “Antonio” no tardó en convertirse en Tony, y que su pasión por los karts se transformó en una especie de apellido. Pues eso, los juntas y ahí lo tienes: “Tony Kart”.
Tony, de la quinta de 1923, amaba la mecánica, la velocidad. Y además tenía un don que iba mucho más allá del título de quinto de primaria, que archivó como último año de escuela.
Por ello, en los años 50 decidió fabricar su primer kart. La inspiración le llegó por una foto que vio en una revista americana. Porque, además, él había hecho ya algo parecido a un kart: se trataba de un “vehículo de emergencia” artesanal, montado en cuatro ruedas de las Vespas, que utilizaba para proporcionar servicios de asistencia a los vehículos agrícolas en las distintas granjas de la campiña.
Hacer un kart, sin embargo, no es algo fácil. Hace falta un chasis, por ejemplo: ¡ningún problema! Tubos, soldadoras, y el chasis está listo. Hacen falta frenos: ¡pues no hay más que decirlo!