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Él no se dio cuenta de que yo estaba detrás y me cerró el paso. ¿El resultado? Me vi con unos problemas físicos bastante serios: un hombro dislocado y un brazo claramente fuera de juego. No me moví durante todo el viernes, y el sábado por la mañana, después de haber probado algunas vueltas, me convencí de que era mejor abandonar. No conseguía hacer fuerza con el brazo derecho; tenía que conducir con una sola mano y además me costaba un montón cambiar de marcha. Estaba muy desanimado y me había decidido a dejar el mundial. Ronni Sala (que por entonces era la persona de referencia en la pista de Birel, hoy Presidente de Birel Art - n.d.r.) y los médicos de la clínica móvil empezaron a animarme, por todos los medios, a continuar. Querían convencerme de que por lo menos lo intentara, que probara lo justo para sacar un tiempo discreto en la clasificación del sábado y, luego, me lo jugara todo el domingo.
Al final lo consiguieron y, a pesar de todo, en las pruebas me hice con el cuarto puesto. Pero la verdad es que tenía un dolor increíble. Tanto que por la noche logré dormir a duras penas una hora: ¡yo, que suelo dormir hasta 10 horas seguidas antes de una competición!
El domingo, en la prefinal, llegué quinto, escatimando e intentando conservar todas mis fuerzas para la final. El motor, demasiado rabioso, en las condiciones en las que me encontraba, no me lo ponía fácil: generando la potencia con más violencia, me costaba más sujetar el volante.