Editorial
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Edgardo Rossi: dejarlo cuando estás arriba del todo en el mundo
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El Campeonato Mundial de 1967 se disputaba en 3 rondas. La primera fue una carrera "en casa", en Vevey, Suiza. Y no fue bien: el soporte del asiento se rompió durante la final.
El asiento se frotaba contra el suelo, así que tuve que mantenerme levantado todo lo posible para evitar aplastarme del todo, y para no quemarme el trasero, porque el asiento se incendió con tanto roce. ¡Soy consciente que no fue un espectáculo agradable de contemplar!
La segunda ronda fue en Düsseldorf, Alemania. Gané las dos primeras mangas y empecé bien la final. Pero terrible cuando Massimo Nava, que fue incorporado al equipo de Italia para fastidiarnos a los suizos (es cosa bien sabida), se puso delante de mí, retrasándome todo lo que podía.
Una vez, al pasar por delante de los directivos del equipo italiano, les grité que si no tomaban cartas en el asunto, iba a sacar a todos de la pista...
Hicieron retirarse a Nava en la siguiente vuelta, y "tiré" tan fuerte que acabé con el motor gripado. Mi padre me convenció para que siguiera. Conduje el resto de la carrera con una mano sobre el carburador para que la mezcla fuera lo más rica posible, y llegué el tercero.
En el último capítulo, en Montecarlo, competíamos 5 pilotos por el título: además de yo mismo, Goldstein, que defendía su campeonato del año anterior, la primera clasificada por puntos Susanna Raganelli, mi compañero del equipo suizo Daniel Corbaz, y Pernigotti.
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