Para realizar su función correctamente, el líquido de frenos debe poseer varias propiedades. En primer lugar, debe tener una baja compresibilidad, incluso a altas presiones y temperaturas, para minimizar la elasticidad y el recorrido del pedal de freno. En segundo lugar, debe tener un punto de ebullición elevado (o una temperatura de ebullición mínima) para evitar el fenómeno del “vapor lock”, es decir, la formación de burbujas de aire en el circuito, lo que provoca un mayor recorrido del pedal. En concreto, este fenómeno se produce cuando el agua, presente en forma de humedad en el circuito de frenado, entra en ebullición debido a las temperaturas excesivamente altas que alcanza el líquido de frenos (por el calor que generan las pastillas, los discos y las pinzas de freno durante la frenada en pista), produciendo burbujas de aire comprimibles. Por lo tanto, el pedal se vuelve elástico y esponjoso, y la fuerza de frenado ejercida por el pie no se transfiere completa y directamente de la bomba a la pinza de freno, lo que hace que el sistema pierda eficacia. El líquido de frenos también debe tener un valor de viscosidad bajo, para garantizar unas pérdidas de presión mínimas incluso en los pasajes más estrechos del circuito de frenado, como el interior de la bomba o la pinza de freno, donde los conductos tienen diámetros de apenas unos milímetros.