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TKART magazine Una vez en la vida | Desafío entre karts en la ciudad.
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DESAFÍO ENTRE KARTS EN LA CIUDAD

TKART Staff
01 Agosto 2016
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Puede parecer absurdo, pero ocurrió. Todo por culpa de un desafío loco: ¿Qué te apuestas a que pueden correr dos karts por las calles de una ciudad? Esta es la historia, mitad sueño, mitad realidad
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He tenido un sueño... bostezo. Fuera apatía. He tenido un sueño... las palabras rebotan en el interior del casco, y me dejo embargar por su suave ritmo. Me gusta la sensación, no quiero despertarme. Pero sacudo los hombros y respiro con la nariz, sólo para sentirme vivo. La impresión de estar en el limbo sigue, como un leotardo debajo del traje que ya ha perdido su batalla contra el frío, metiéndose entre las costuras, directamente contra mis huesos. Sensación de frío en mi sueño, pero ahí sigue, y lo sigo pensando. El ruido de la calle es amortiguado y mi campo de visión se cuela limitado por la estrecha hendidura de mi visera. Empujo el carro de transporte, con su kart blanco y verde por los baches de un pavimento poco iluminado. Voy detrás de otra figura, un poco más alto y con un casco más colorido que el mío. Creo que fue él quien me tendió su mano enguantada y ´me lanzó el reto: ¿Qué te apuestas a que pueden correr dos karts por las calles del centro de una ciudad peleando entre edificios, escaparates, plazas y empedrados desiguales?
Comprobaciones finales antes de iniciar una carrera loca que nunca se repetirá
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Es de noche. Las calles de una ciudad. Dos conductores se dirigen a sus karts, listos, sobre el pavimento. Es el escenario atípico de un desafío que pide ser narrado.
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¿QUÉ TE APUESTAS A QUE PUEDEN CORRER DOS KARTS POR LAS CALLES DEL CENTRO DE UNA CIUDAD PELEANDO ENTRE EDIFICIOS, ESCAPARATES, PLAZAS Y EMPEDRADOS DESIGUALES?

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Pronti... via!
No recuerdo haberlo aceptado, porque me suena un poco ridículo. De hecho, los sonidos atenuados por mi casco acolchado que puede ser sólo un sueño. Bueno, adelante, no hay problema. Vale ver gente ajetreada a mi alrededor, pero se trata de aceptar sentarse en el frío asiento, y agarrase al volante casi automáticamente. Está bien que alguien me empuje para arrancar el motor, pero el sonido familiar del motor de 125 con marchas parece muy fuerte al rebotar en los costados de las estrechas casas. Me giro y sólo veo caras sonrientes: levantan sus pulgares como signo de que todo va bien. Dos jóvenes sacan fotos, con la mirada incrédula de alguien que acaba de ver algo hermoso, pero fuera de contexto, como un león en un parque abierto al público. En medio del ruido generado por el motor, me asusta un claxon de automóvil detrás de mí, que inexplicablemente traspasa el estruendo de los karts. Aparecen miradas y pijamas en las ventanas con vistas a la calle. Algunas personas simplemente corren la cortina ligeramente, otros desafían al frío y abren las ventanas para que no perderse el espectáculo inesperado: para que yo sepa que no es un sueño, necesitaría recorrer una milla. Con un volante en mis manos y el pedal del acelerador bajo mi pie derecho, estoy en piloto automático. Si no fuera por las flores que hay a mi costado izquierdo trasero, las señales de circulación y el empedrado desigual que se refleja en los escaparates, podría imaginar estar en la parrilla de salida de un Grand Prix.
Piso el pedal del acelerador y justo después de la alcantarilla, deslizando un poco debido a los neumáticos congelados, meto la segunda, porque es lo que hago siempre, sea o no un sueño.

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